Igualdad de derechos
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Ser la más pequeña de tres hermanos en la casa tenía muchas ventajas, y Camila lo sabía. La hermana mayor tenía que cumplir tareas más difíciles (por lo menos, así le parecía a ella); el hermano del centro se encargaba de las cosas un poco más fáciles; y ella, la más pequeña, solo se encargaba de las tareas más sencillas.
A pesar de la diferencia de edades todos tenían tareas que cumplir en la casa, como: sacar la basura, lavar los platos, poner comida para el perro, entre otras cosas. Mamá y papá eligieron las actividades más sencillas para la hija menor y explicaron:
—Eres el más pequeña; por eso, esta es tu tarea, ¿de acuerdo?
Y la niña aceptó, feliz de la vida.
Sin embargo, a veces, no le gustaba tanto ser la más pequeña, como: cuando tenía que dormir antes o no podía salir a jugar sin que uno de sus hermanos estuviese con ella.
—Estoy terminando mi tarea ahora, Camila. No puedo salir contigo —dijo Leo.
Pensando en esto, un día decidió pedir igualdad de derechos:
—Papá, mamá, quiero tener los mismos derechos que mis hermanos, ¡derechos iguales! No quiero ser la más pequeña.
Los padres se miraron el uno al otro, era muy curiosa la petición de su hija.
—Entonces ¿no quieres ser la hija menor? —preguntó la madre.
—¡No! ¡Quiero igualdad de derechos!
El padre y la madre asintieron con la cabeza.
Luego aceptaron el pedido de su hija.
—¡Muy bien, señorita! ¡Derechos iguales!
Y así sucedió. Aquella noche, Camila fue a dormir un poco más tarde, a la misma hora que sus hermanos. Estaba disfrutando de esta historia de ya no ser la más pequeña.
Al día siguiente, justo después del almuerzo, los cambios continuaron:
—Camila, cuando termines de comer, puedes ayudar a papá a limpiar la mesa y lavar los platos.
—¿Platos? ¡Pero eso no es justo! A mí solo me toca llevar los platos de la mesa.
—Ah, hicimos algunos cambios, hija. Como ahora la regla es tener los mismos derechos, harás las mismas tareas que hacen tus hermanos.
—Pero yo soy la más pe… —Camila se detuvo antes de terminar la palabra, antes de decir que era la más pequeña, sacudió su cabeza y fue a hacer su parte.
Y no fue solo eso lo que tuvo que hacer. Ese mismo día, tuvo que estudiar durante más tiempo del que estaba acostumbrada, y tenía menos tiempo para jugar. Esa idea de igualdad de derechos no estaba funcionando.
Al darse cuenta de que la niña estaba triste, su madre le preguntó:
—¿Qué pasa, Camila?
—Es que… yo… ya extraño ser la más pequeña…
La madre abrazó a la niña.
—Hija, tu padre y yo sabemos lo que es mejor para ti y tus hermanos; por eso, existen estas diferencias, pensando en la edad de cada uno. Cuando Lorena tenía tu edad, ella también hacía las mismas cosas que te pedimos que hagas.
Luego, cuando ella creció, sus derechos fueron cambiando, así como sus tareas. Lo mismo pasó con tu hermano.
Al escucharlas hablar a las dos, el padre se acercó:
—Queremos que sean felices, jueguen, estudien y aprendan a ayudar también, pero todo esto de la manera correcta de acuerdo con la edad de cada uno.
—¡Así es, papá! Eso sí que es igualdad, ¿verdad? Ahora comprendo.
—¿Eso significa que volviste a ser la más pequeña? —preguntó la madre sonriendo.
—¡Sííííí! —respondió Camila, dando un salto.
Texto: Anne Lizie Hirle
Ilustración: Ilustra Cartoon
Etiquetas: paciencia, responsabilidad, tareas del hogar
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